No Vamos a Morir Todos

Feijóo arrasará, la derecha gobernará y Abascal será vicepresidente. Al menos, eso es lo que parecen creer todos los comunicadores públicos de cara a las elecciones del mes que viene. Es imposible llegar a la sección de opinión de cualquier diario, ya sea de derechas o de izquierdas, sin oír a alguien repetir la misma conclusión, a veces casi como si fuese una obviedad: la derecha va a ganar, lo bueno se va a acabar y vamos a morir todos. No son sólo los medios de comunicación: en Podemos son incapaces de hablar de las próximas elecciones generales sin hacer referencia a la, a su parecer, mínima posibilidad de que se reedite un gobierno de izquierdas.

Esto no es verdad. Normalmente trato de escribir con algo más de prudencia y (quiero pensar) clase, pero no se puede tener otra reacción ante lo que es una diferencia tan impactante entre el relato generalizado y la realidad. Digo más, esta nefasta mentira sobre el dominio electoral de la derecha está perpetrada por derecha e izquierda a partes iguales: unos por vocación de ganar, los otros por vocación de perder.

Hace meses que la derecha se veía ganadora de estas elecciones y le escocía cada día en el que no se convocaban. Habiendo aglutinado a la práctica totalidad de Ciudadanos y sumando un considerable mordisco a Vox, el PP está capacitado para superar cómodamente los 100 escaños, y diría que no los veo por debajo de 110 pase lo que pase. Con un resultado similar o mejor al del PSOE en los últimos dos comicios, los no iniciados podrían asumir que un pacto con un socio muy minoritario (como lo era Unidas Podemos) bastaría para abrir las puertas de la Moncloa, pero la memoria es escurridiza, y es fácil olvidar que la investidura de Sánchez requirió el apoyo de varios partidos regionales y la abstención estratégica de Esquerra Republicana. No vale con 160 escaños entre los partidos de ámbito nacional si no se pacta con regionalistas y nacionalistas.

La izquierda cuenta con numerosos partidos de éste ámbito que le pueden brindar su apoyo (o su abstención en un segundo voto) en una investidura: ERC, PNV, BNG o Teruel Existe. Incluso EH Bildu y Junts hicieron presidente a Sánchez en 2018. La derecha sólo tiene como posible apoyo a UPN, e incluso eso está en duda. Ni el PNV ni mucho menos Junts van a hacer presidente a un Feijóo que también necesitaría un acuerdo con los ultranacionalistas abole-autonomías de Vox. Las derechas de ámbito nacional deben llegar a la absoluta ellas solas. Si no lo logran, si les falta un solo escaño, Feijóo no será presidente.

La buena noticia para la derecha es que, leyendo los periódicos, parece que van a llegar sin problemas y que van a aplastar a la izquierda. Muchos periodistas incluso empiezan a preguntarse si la izquierda da por perdidas las elecciones y está empezando a reagruparse antes de tiempo. La buena noticia para el resto es que, de nuevo, esto no es verdad. Ni la derecha ha ganado ya las elecciones ni es tan improbable que se reedite el gobierno de coalición de cara a final de año.

Ojeando por encima las encuestas, la ventaja de la derecha parece titánica, y es verdad que la derecha parece superar a la izquierda ampliamente. Pero recuerden: no vale con 160 escaños, no vale con 170, no vale ni con 175. Feijóo sólo será presidente si la suma PP+Vox es mayor o igual a 176 escaños. Y lo cierto es que ninguna encuestadora (¡ninguna!) da al bloque nostálgico una absoluta verdaderamente holgada, con más de diez escaños de diferencia. Es cierto que la mayoría sí otorgan ese número mágico a los reaccionarios, pero muchas lo hacen de maneras curiosas, siempre dando una suma ligeramente mayor a la absoluta pero muy ajustada. En un escenario en el que el PP aglutine tanto voto unas pocas décimas pueden mover escaños, así que, ¿cómo es posible que tantas firmas calculen siempre entre 177 y 180 escaños para la derecha? Creo que estamos ante un escenario de lo que en inglés se llama herding.

Casi todos los sondeos tienen cierta base en la realidad, pero lo adverso también es cierto: muy pocos son verdaderamente puros. Cuando hablamos de un sondeo electoral, las pasiones rebosan y un fallo menor que decante el resultado en una dirección u otra puede significar una pérdida de reputación significativa para tu compañía. Aunque sería bonito que todas las encuestas se publicasen tal cual vienen (y hay firmas, como la de Ann Selzer, que son famosas por hacerlo) la realidad es que la mayoría de las encuestadoras maquillan los datos para poder hacer menos relevante un posible fallo futuro. Por ejemplo: durante los comicios autonómicos madrileños de 2021 casi todas las casas dieron a Ciudadanos una tasa de voto mínimamente suficiente para lograr la entrada en las cortes, entre el 5 y el 5,5 porciento. La realidad fue otra: la candidatura de Edmundo Bal se quedó fuera y amasó tan sólo un 3,57% del voto, lejos del 5% necesario para superar el umbral de representación.

¿Es verdad que todas las encuestas vieran una entrada ajustada de Ciudadanos? Probablemente no. Algunas verían algo parecido al resultado real y otras verían a un Ciudadanos más fuerte, pero desde ambos lados convergieron hacia el resultado medio que podía darles legitimidad pasase lo que pasase. Si Ciudadanos lo logra, yo lo predije. Si no, era una diferencia de unas décimas, completamente normal y esperable. Así es como muchas encuestas se “maquillan” para mostrar el dato menos lesivo para la propia encuestadora.

En esta clave, parece claro que algo parecido pasa con las encuestas para las próximas elecciones, al menos hasta cierto punto. Algunas más aventuradas, como NC Report, proyectan a una derecha más fuerte, pero son pocas y suelen estar contratadas por panfletos de la derecha (y, de nuevo, ninguna da una mayoría de más de diez escaños).

No digo necesariamente que sea esto lo que está sucediendo. Es muy posible que me esté equivocando al diagnosticar herding en esta ocasión. Pero no puedo evitar pensar que, en algún ordenador de un estadístico, existe una cocina de una encuesta más fiel a la realidad y que no encaja en el relato de la movilización de la derecha para desterrar a Sánchez y, ya sea por miedo al cliente o al equivocarse, esos datos queden escondidos en un disco duro.

Y lo cierto es que estamos empezando a observar los cambios lentos y metódicos de sondeo a sondeo que caracterizan el canguelo generalizado entre las encuestadoras. Sigma Dos y NC Report ven leves subidas de la izquierda, pero mantienen números de escaños casi idénticos a los anteriores. Esto ya es pura especulación, pero no descarto que muchas tengan ya cierta idea de los cambios que van a mostrar a lo largo de la campaña y que estén esperando a algo que lo justifique (como un debate) para llevarlos a cabo.

Pero supongamos que me equivoco. Al fin y al cabo, todo esto es una conjetura, y creo sinceramente que el mejor consejo para predecir elecciones con exactitud es respetar y confiar en las encuestas. Aún así, imaginemos un escenario todavía peor, en el que el herding sucede de verdad pero es en la otra dirección, y las encuestadoras apoyan levemente el dedo en la báscula para no mostrar al bloque reaccionario por encima de los 200 escaños. Esto nos deja, como izquierda, a un mes de las elecciones todavía con muchos puntos por remontar. ¿Acaso es eso posible?

Consideremos que es el bloque progresista el que cuenta con los dos líderes mejor valorados, algo que tiene especial valor cuando consideramos que uno de ellos es ya un curtido veterano de la política que lleva alrededor de una década al frente de su partido, aunque de manera interrumpida. La otra, nueva cara visible de la izquierda alternativa, despierta simpatías entre casi todos los votantes del espacio a la izquierda del centro, y cuenta con una coalición amplísima a sus espaldas que puede sumar escaños con rapidez si la aritmética es la adecuada.

(Fuente: Simple Lógica Mayo 2023)

Los conservadores, por su parte, cuentan con un ticket rancio donde los haya. Por un lado está el líder peor valorado de todos desde aquellas fatídicas elecciones en Andalucía en 2018, en una dinámica de partido que empieza a cansar a sus votantes con una falta de resultados verdaderamente impresionantes y una renovación interna que se hace de rogar. Por el otro lado hay un político profundamente inhábil que ha conseguido hacerse con la pole en las encuestas recogiendo los cadáveres de sus amigos y dando una falsa imagen de moderación y seriedad.

Para ser más específico, creo que Vox padece hoy la misma enfermedad que el Podemos de 2019: el partido está lejos de estar muerto, pero el tufillo que desprende mantener a los mismos líderes año tras año y no fomentar el talento interno empieza a hacer mella, y la formación languidece en las encuestas con unos resultados que le otorgan una representación para nada denostable, pero muy inferior a lo que pudo ser en otras circunstancias. Este mal acabó por terminar con Podemos, y es posible que Vox esté empezando a emprender el camino también. Actualmente es un partido que cotiza a la baja.

El PP cuenta con un líder que aún no se ha enfrentado de cara a los españoles y, si fuese por él, está claro que no lo haría hasta que durmiese en la Moncloa. Como muchos han apuntado ya, la intención de Feijóo es pasar por la campaña “de puntillas”, similar a lo que hizo el ahora presidente Biden en 2020. A Biden le funcionó porque al otro lado estaba un maniaco demente que había estrellado el país contra todos los obstáculos posibles en sólo 4 años. Exponerse sólo le podía dañar porque Trump ya le hacía la campaña. Feijóo no tiene esa suerte: Sánchez es un político muy inteligente que sabrá maniobrar para poner al gallego en evidencia. Aunque la propuesta inicial del presidente de realizar un cara a cara cada semana es claramente excesiva, finalmente ha forzado al líder conservador a aceptar un cara a cara, un formato propicio a que quede en evidencia. El retrato que queda de la derecha es el de un candidato a la presidencia del gobierno claramente inflado y sobrevalorado y, a su lado, un socio minoritario que, aunque no caducado, empieza a oler un poco mal.

No creo haber expuesto ninguna excentricidad. Todo lo que digo se basa en hechos históricos y datos empíricos. Entonces, si las elecciones de verdad están tan ajustadas, ¿por qué es mayoritario el relato de la goleada histórica de la derecha?

Para empezar, no todo el mundo ha caído en la trampa. Javier Pérez Royo, cuya tribuna siempre es un placer, no se ha dejado engañar y ha continuado escribiendo con el convencimiento de que las cosas no son como las pintan. Otras personas con cierto alcance, como el tuitero Jónatham Moriche, han apuntado cosas similares. Pero lo cierto es que la mayor parte del gremio de los periodistas existe en esa realidad alternativa en la que media España está enamorada de Feijóo. Es evidente que a la derecha le conviene este relato: cuanto más evidente sea su victoria, menos sentirá la gente de izquierdas la necesidad de ir a votar, aunque sea con la pinza en la nariz. Pero los medios progresistas no lo hubiesen comprado sin un empujoncito en el momento adecuado, y este paso decisivo lo dio Pablo Iglesias, tanto desde su televisión como en su rol de líder jupiteriano de Podemos.

Desde que se firmó, los altos cargos de Podemos han reiterado una y otra vez que creen que las posibilidades del bloque son casi nulas. Echenique incluso lo utilizó como parte de su razonamiento para anotarse un tanto a favor de su equipo, argumentando que sólo se abre una ventana enana de posibilidad con la colaboración de Podemos en Sumar. No es ningún secreto que Podemos y Sumar llevan más de un año yendo a la guerra política, conflicto que ha culminado en la exclusión de Irene Montero de las listas de la nueva coalición. Sin embargo, está claro que en Podemos no consideran que la batalla se haya terminado. Su objetivo inmediato es conseguir el hundimiento de Sumar, cuanto antes mejor, y preferiblemente acompañado de un gobierno reaccionario que deshaga gran parte del bien que se ha hecho en la última legislatura e incluso dé varios pasos atrás. Durante todo esto, Podemos tendrá a su aparato mediático funcionando a todo trapo, emitiendo la línea del partido a través de Canal Red y tratando de recapturar la misma magia que casi les impulsó a la presidencia del gobierno hace ya tantos años. Este proceso culminaría con el momento más icónico: el retorno de Pablo Iglesias a la política activa como señal de que en el espacio progresista sólo manda Podemos.

Esto tiene parte de sueño húmedo de podemifan, pero está lejos de ser una conspiración. Han sido publicados varios artículos en medios afines al «pablismo» que muestran su desdén abierto y profundo hacia Yolanda Díaz, e incluso algunos dejan caer levemente la idea de ceder el gobierno a la derecha para organizar una contraofensiva desde las calles. Múltiples escritores, como Antonio Maestre, han teorizado que a Iglesias le interesa hacer oposición para hacerse más fuerte. Los hechos parecen respaldarlo: en el mayor repositorio público de pensamientos internos que existe, Twitter, basta un leve ojeo de las cuentas para darse cuenta de que el anhelo más profundo de los consumidores habituales de Canal Red, lejos de querer repetir la histórica presencia de sus líderes en el gobierno, es que la nueva alianza de izquierdas fracase y que sus valedores se vean obligados a deshacerla para devolverles a ellos las riendas de la izquierda. Independientemente de las palabras exactas que se pronuncien en Canal Red, la conclusión de sus seguidores parece casi unánime, y no podemos pretender que eso sea casualidad.

El resto de medios progresistas se han visto algo obligados a aceptar este razonamiento, en parte por el miedo que todavía infunde Iglesias y sus hordas de soldados digitales, pero creo que sobre todo por la reacción positiva inconsciente que se tiene al ver a los tuyos afirmar algo con tanta confianza. Más de un reportero habrá visto que El Mundo y Canal Red están de acuerdo en cuál es la situación y. sin pensarlo demasiado, ha aceptado que es una verdad universal.

Pero, si todavía sigues leyendo esto, no tropieces con la misma piedra. Estas elecciones son competitivas, digan lo que digan. Y si al final las perdemos, al menos sabremos que tuvimos razón para pelearlo.

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